14 de abril de 2011
Del cine a la esquina del Tango
"Por entre la cadencia de tu música queda
yo palpo la dureza viva del arrabal,
como por entre una vaina de seda
la hoja del puñal. Tango milongón,
tango compadrón,
que a pesar de bailarse con todas las ganas
se baila como sin ganas,
como en carriles de lentitud:
eres un estado de alma de la multitud."
Fernán Silva Valdés
Poeta y Dramaturgo uruguayo
Si se trata de escuchar tango, de tomar un buen café y de recordar por un instante el siglo XX, sé muy bien donde hay que dirigirse. Hay un lugar en Colombia que se encargó de congelar el tiempo, de vivir en los 30, 40 y 50. Sólo se necesita poner un pie en el sitio para sentirse cómodo, fuera de esta sociedad tan contaminada de modernidad, sin tiempo para nada, ni para uno mismo.
Si nos encontramos en Armenia, Quindío, sólo hay que dirigirse al terminal, bueno, en caso de que no tenga carro particular, el pasaje son $7.000, el bus sale cada media hora. En las horas puntuales salen los buses amarillos, mucho más amplios y con más puestos. En el minuto 30 de cada hora salen unos buses sorpresa, hay que ver si son cómodos o unas mini busetas, en donde toca ir casi encima del compañero de al lado. El trayecto dura una hora, a veces un poco más. Se pasa por Barcelona, Río Verde, Barragán, Caicedonia y por fin nuestro destino, Sevilla, en el Valle del Cauca.
Sevilla fundada el 3 de mayo de 1.903 por una colonia Antioqueña, fue hace algunos años la capital cafetera de Colombia. Con los paisas vinieron, el café, el diseño de las casas, las numerosas familias y sus costumbres, entre ellas, la música. El tango entró a estas tierras como a nuestra sangre, identificándonos con los hechos que se narran en esas historias.
El tango, siendo de origen argentino llegó a las tierras cafeteras para quedarse. Todo esto se remonta a inicios del siglo XX, cuando el dúo Wills – Escobar (Alejandro Wills y Alberto Escobar) viajaron por Suramérica mostrando el folclor colombiano, visitando en su recorrido, la ciudad de Buenos Aires. Se enamoraron tanto de la melodía del tango, que trajeron a las tierras antioqueñas los acetatos con esta música y fue tanto el reconocimiento que se le dio, que se extendió por Antioquia, Caldas y las zonas cafeteras que hoy conocemos. Muchos piensan que el Tango se quedó por la muerte de Caros Gardel, en 1.935, en Medellín, pero según melómanos de antaño que aún están con vida, es un hecho secundario, el tango había llegado hacía un poco más de veinte años de dicho suceso.
Volviendo al pueblo, hay muchos sitios que los turistas pueden visitar, el restaurante Los Andes, la parroquia San Luis Gonzaga, el parque de La Concordia, Tres Esquinas…pero hay un lugar obligado para los turistas, el Café Casablanca.
Viajando al pasado
Justo al frente del parque Uribe o de la policía, como es conocido en el pueblo, en toda una esquina se encuentra una casa colonial, pintada de amarillo y blanco, de esas con techo que cubre el andén, las que cuentan los abuelos que entre más ancho sea el techo, más buena gente son los dueños, pues dan sombra y protege de la lluvia al peatón. Esas casas con chambrana en el segundo piso, en dónde las familias salían los domingos, a ver pasar a las personas y saludar a los gritos a los amigos, sí, una casa como esas, que con sólo verlas lo hacen ver a uno como en el siglo pasado y no es necesario haberlo vivido, sino recordar las historias que nos contaban los abuelos para sentirnos allí.
Entrar y sentir el aroma a café, ver gente de todas las edades, compartiendo gustos o disgustos, conversando sobre el presente o el pasado, pero sobre todo admirando un museo del tango. Allí en las paredes del recinto hay retratos de cantantes de boleros, rancheras, tangos tales como Carlos Gardel, del cual hay 25 Retratos de diferentes tamaños, del Dúo Gómez-Vila, Arturo Gatica, Agustín Magaldi, Emilio Tuero, Antonio Tormo, Antonio Badu, Carlos Dante, Javier Solís, el octeto Buenos Aires, entre muchos otros.
Además ver objetos antiguos, como una victrola, una caja registradora y por supuesto la colección de acetatos, que es una de las cosas más llamativas del café, hay 7600 acetatos de 78 RPM, 600 de 45 RPM y 5000 LP, definitivamente se puede escuchar cualquier tango, bolero, música colombiana, cubana, lírica, brillante o baladas, que puede ayudar a conquistar a una mujer o olvidar a otra.
El Café Casablanca lo fundó el señor Jesús Hoyos, en el año de 1.964, le puso este nombre por la película homónima de 1.934 dirigida por Michael Curtiz. En el 64 se encontraba ubicada al frente de donde se encuentra actualmente, en 1.973 se traslado en donde está en nuestros días y siguió como propietario don Jesús hasta el año 1.987. Desde ese año hasta 1.998 los dueños fueron Jairo Ospina y Hernando Ramírez. Y desde 1.998 hasta el día presente Juan Bautista Marín se ha encargado de este magnífico lugar, sirviendo el café a los sevillanos y visitantes, él está en el café Casablanca desde hace 25 años, estuvo 12 como empleado y lleva 13 como propietario.
El Café Casablanca un paso obligado para el visitante. Ya sean extranjeros, artistas, personalidades han visitado este lugar y degustado un tinto, escuchando algún tango o un bolero. Entre las personalidades que han estado en el sitio están Héctor Abad Faciolince, escritor y periodista; Jorge Villamil, compositor; Julián Rodríguez, humorista; Álvaro Rodríguez, Actor de cine y TV; Lisandro Duque Naranjo, director de cine, entre otros.
Muchas personas piensan que un lugar así es para adultos, aquellos que disfrutaron la época de llevar serenata a la mujer amada, en donde se hacía visita con presencia de los padres, de llegar vírgenes al matrimonio, pero no, al entrar se puede ver gente de todas las edades, disfrutando, un tinto claro, un tinto oscuro, un té, un pintadito con una espuma de 4 cm sobre el nivel del pocillo, una cerveza, un guaro, un brandy, un ron, en fin lo que se quiera consumir.
Pero ¿cuándo es bienvenido un café en Casablanca? Siempre, cuando se quiera relajar, pensar, tertuliar. Mejor los invito a tomar un café…
Tomémonos un tinto…
Sábado, son las 5:20 p.m. hoy es un día muy parecido al resto, gracias al fenómeno de la niña, lluvioso, nublado, algo triste. He decidido salir y tomarme un tinto caliente en Casablanca, escuchar algo de música de antaño y poder escribir un rato.
Me siento en la primera mesa que encuentro al entrar, se acerca el mesero con el tarrito de azúcar:
- ¿Qué desea tomar? - pregunta
- Un café bien negro – Respondo
Mientras me lo traen, observo en la mesa del frente, esa que se encuentra justo al lado de la puerta de entrada, allí está sentado un señor de edad, zapatos negros, brillantes por la lustrada, recuerdo de una disciplina rígida de hace años, pantalón de tela gris, con sus piernas cruzadas como un caballero, chaqueta negra (por estos días todo el mundo usa chaqueta o saco) debajo una camisa a cuadros color verde y roja, la ropa parece ajada, la barba de varios días, una mirada nostálgica. No pide nada, sólo se sienta a escuchar la música, no tiene dinero para un tinto, su nombre, Emilio Ceballos.
- Su tinto – dice el mesero poniendo el pocillo al lado de mi mochila.
- Muchas gracias – contesto mirando a donde Emilio, quien no pierde la vista del cuadro más grande de Carlos Gardel.
El tinto servido en un pocillo blanco, que dice Café de Colombia sobre la bandera tricolor, espeso y realmente oscuro, me lo tomo como me gusta, sin azúcar.
En la mesa diagonal derecha a la que me encuentro se encuentran una dama y un caballero, ella toma té y él un tinto claro. Llaman al mesero, él se acerca y le susurran algo al oído. El mesero se aleja y va a preparar un tinto claro y se lo llevan a don Emilio.
- La señorita lo paga – dice don Emilio señalándola
Curiosamente, en la mesa que está al lado de él, se encuentra otro anciano, quien se encuentra revolviendo el café que pidió hace unos minutos, lo revuelve con la mirada fija en el Parque Uribe, que esta al frente, tal vez observa como las gotas de agua caen en el suelo, o como el viento mese las hojas de los árboles. Lo que me parece curioso es que sigue revolviendo el café como si fuera un ritual.
“Por una cabeza de un noble potrillo, que justo en la raya afloja al llegar, y que al regresar parece decir: No olvidéis, hermano, vos sabés, no hay que jugar”
Suena de fondo ese tango tan popular de Gardel, tres jóvenes se sientan en la mesa donde me encuentro, ninguno de ellos pasa los 17 años. Román, Osorio y Eric, nunca han venido a este santuario del tango, sin embargo, no se sienten incómodos. Se acerca el mesero.
- ¿Se les ofrece algo a los jóvenes? – dice dirigiendo su mirada a los tres chicos.
- Tres tintos claros – responden al unísono, como si hubieran ensayado eso unos minutos antes.
Yo miro mi pocillo y se encuentra vacío con manchas de café alrededor.
- Me trae otro tinto negro, por favor – Le digo al mesero mientras se retiraba.
5:40 p.m. Don Emilio se para del puesto que ocupa, se acerca a la persona que obsequio el tinto y le agradece. Luego vuelve, se sienta y se concentra en la música. Tanto el aroma del café y las notas musicales revolotean por todo el lugar como hipnotizando a las personas que se encuentran allí.
Los tres estudiantes concuerdan, en que se relajan con esa música, les recuerda su niñez, cuando los padres se sentaban a tomar licor.
El mesero se acerca, dejando los cuatro tintos.
Jóvenes, adultos, adultos mayores todos en el mismo recinto. En la mesa del centro del lugar, recostado en una columna, se encuentra un adulto de 38, 40 años, en la mesa se encuentran 4 botellas de cervezas vacías, y un vaso vacío. El mesero aparece, con un envase lleno. El mismo señor se sirve en el vaso, dejando un tercio para la espuma.
Román, Osorio y Eric terminan su café y se retiran dejando vacíos sus tres pocillos “café de Colombia”, prometiendo volver a Casablanca.
“Por la lejana montaña va cabalgando un jinete, vaga solito en el mundo y va deseando la muerte.”
6:30 p.m. La tarde cae, la oscuridad de la noche sale para ingresar a Casablanca.
Pago lo que he consumido doy una vuelta por el centro del pueblo y regreso a Casablanca.
Es raro ver como hace algunos años los más jóvenes decían que esta música estaba “Out”, fuera de moda. “Actualmente hay una fiebre por el baile del tango. Eso ha pegado, por eso los muchachos han mostrado interés” Dice don Juan Bautista Marín, dueño del lugar.
7:40 p.m. Recordando las palabras de don Juan, observo como 4 jóvenes entre los 15 y 21 años ingresan. El mesero se acerca con el azúcar, como es costumbre.
Manuela Londoño, de 15 años, Laura Villegas, de 17 años, Jessica Fernanda Caballero, de 19 años piden un pintadito para cada una, la espuma de leche de varios centímetros lo hace ver más apetitoso.
Niki Alejandro Martínez, de 21 años, por su lado pide un café claro, que deja enfriar, porque empieza a tomar fotografías del lugar.
Yo me acerco a ellos, por lo que se decide unir dos mesas y empezamos a hablar del lugar. Pues quiero saber por qué ellos de esas edades prefieren este sitio, que una discoteca y más hoy un sábado de rumba en el pueblo.
Manuela, dice que el ambiente que se genera en el lugar atrae a varios jóvenes que piensan diferente, sólo con llegar aquí se ingresa al Sevilla del siglo pasado.
Laura dice que este es el patrimonio del pueblo, y ellos como grupo de amigos vienen aquí varias veces por semana a charlar, escuchar música, a escribir, a sentirse por un instante en la Sevilla antigua.
A Jessica por su parte le gusta viajar en el tiempo, por ello viene aquí. Se ha criado con gente mayor y esto la hizo reconocer otros géneros musicales, actividades culturales y aceptarlas en su vida. Dice que la ignorancia de la actualidad se extiende tanto que muchos jóvenes tienden a rechazar géneros musicales de antaño y a señalar ciertos lugares como si fueran sólo para gente mayor.
Es interesante saber que cuando vienen piden canciones y hoy no es la excepción, pidieron La Foto de Carné de Leonardo Fabio, Tomo y obligo de Carlos Gardel, Mis Harapos de los Visconti y Reminiscencias de Julio Jaramillo.
Mientras hablo con ellos, veo que por segunda vez, desde que estoy aquí, entra un señor, me acerco para entablar una conversación. Orlando Gómez, visita diariamente Casablanca, tres veces por día desde 1.975, porque es el mejor sitio que existe, según él, para venir con cualquier persona, porque más que un bar o un café es un centro social.
Y ¿Qué tal una cita?
Por lo general, el joven para invitar a una chica que le gusta, la lleva a comer pizza, hamburguesa, cualquier comida rápida o en su defecto a rumbear, en donde se dedica a bailar, porque el volumen de la música no deja conversar.
Son las 8:30 p.m. dos jóvenes entran piden tinto y se sientan a hablar, con amor y ternura en sus ojos. Al mismo tiempo, al otro lado del café, se encuentra una pareja de adultos mayores, no con tinto, sino con una caneca de aguardiente, pero en sus ojos se ve el amor, ese mismo amor que irradian los ojos de aquellos jóvenes.
“No sé por qué te quiero, será que tengo alma de bolero, tú siempre buscas lo que no tengo, te busco en todos y no te encuentro, digo tu nombre cuando no debo”.
Las parejas de adultos vienen en las horas de la noche vienen a celebrar un día mas unidos, escuchando esos boleros que los enamoraron en los años en que aún eran novios.
La máquina del tiempo
La cafetera, el tocadiscos que aún funciona y en él suenan todos esos tangos y boleros que se piden. Todos esos detalles se encargan de congelar el siglo XX, sentir todas esas canciones, como si uno las conociera, como si fueran las últimas que hubieran salido. Sólo falta decir que Casablanca lo hace ver a uno a blanco y negro, congelar el tiempo en 1.934, cuando se estrenó la película. Si se trata de escuchar tango, de tomar un buen café y de recordar por un instante el siglo XX, sé muy bien donde hay que dirigirse.

