3 de marzo de 2012
El río Bugalagrande a su paso por El Retiro
Este río de color gris y de descomunales peces, nace en el Páramo de la Yerbabuena, en los límites de Tolima y Valle, desembocando en el río Cauca. Sus heladas aguas descienden con el estrépito de mil tambores que horadan la roca y salpican de cristales las hojas verdes de las orillas. Este sonido se multiplica en la noche, creando un eco continuo que viaja con la corriente. Cuando se pernocta en las laderas del ‘Cañón del Buga’, y se tiene la oportunidad de estar despierto, escuchando los acústicos sonidos nocturnos, sobreviene la fascinación con este eco que se hace variable en intensidad y frecuencia, y nos remonta a las más antiguas y misteriosas regiones de la memoria.
El río tiene tramos casi inaccesibles, debido a las profundas gargantas que se forman en zonas donde la topografía hace ese inusitado despliegue de paredes, y los árboles, el verdadero milagro al sostenerse en estos abismos mediante el entramado de anclajes y ángulos en su lucha con la gravedad. En estas depresiones la corriente es más intensa, y las grandes rocas son obstáculos casi insalvables. A quien se aventure por estas tupidas zonas, no le podrá faltar el lazo para franquear este abrupto terreno, entre una vegetación de árboles nativos que forman un ecosistema de galería, donde habitan diversas especies de pájaros de todos los colores y mariposas de alas azules y afelpadas; refugio también de pequeños mamíferos que han sido desplazados por una sobreexplotación voraz que tala extensas zonas de bosque, destinándolas para café , pasto y pinos (hay que advertir, de una vez por todas, acerca del peligro que corren estas ricas aguas y todas las de la región, incluidas la flora y la fauna, debido a la invasiva presencia de la mal llamada reforestación con pinos y eucaliptos por parte de la multinacional del papel que, como un cáncer, domina vastas zonas de nuestra cordillera; condenando este paraíso a la desertización: ´desiertos verdes´, como son llamados por los ecologistas, debido a la ausencia de vida animal y vegetal, asociada con la siembra masiva de estas dos especies. ´especie hidrofóbica´, denominada por otros, debido a la repelencia del pino con el agua; cuando esta plantación comercial copa grandes extensiones, es más evidente su hidrofobicidad, ocasionando graves reveses en el ciclo hidrológico. Sumado a lo anterior, habría que hablar también de la extinción de los controladores biológicos: aves, insectos, organismos microbiológicos, etc., cuya función es insustituible en la armoniosa marcha de la naturaleza).
Hojas de bijao, gigantes, se empinan y abrillantan sobre sus delgados y vigorosos tallos, formando pequeñas colonias en las zonas más cercanas al río, al lado de platanillas y debajo de grandes árboles, colonizados por lianas, musgos y epífitas en abundancia, que anidan entre sus frondas, creando un reservorio de bebederos y piscinas para aves, ranas, insectos y mamíferos arborícolas que transitan por las elevadas ramas.
En tiempos de lluvia este río se hace indómito. Sus aguas adquieren el color del chocolate, y sobre sus lomos flotan gigantescos árboles, desarraigados por la incesante violencia de su torrente; viajan también - en este alocado frenesí - muchas ramas y hojas secas, flores de todos los tamaños y colores, semillas e insectos que, desmembrados o entorpecidos por el zarandeo, son engullidos por las enormes bocas de las sabaletas o estampillados por la encabritada corriente sobre las piedras, donde parecen pinturas hechas por una mano invisible. Los únicos disipadores de este descenso vertiginoso son las grandes rocas que se plantan en su camino y anidan entre las finas arenas, como queriendo impedir ese movimiento ondulante de culebra que quisiera salir del lecho y ascender por las empinadas orillas. Todos los “pasos” del río que los lugareños hacen en bestia, quedan cancelados por intransitables y peligrosos; los viajeros tienen que ir hasta los puentes de carretera, por donde pasan al otro lado.
En verano sus aguas traen el color gris que las caracteriza; son abundantes y heladas. A la altura del puente de La Paloma, a su paso por El retiro, ya se ha incorporado La Sara, quebrada cristalina que aumenta considerablemente el caudal del río, como también su riqueza ictiológica. A estas alturas el Buga ha dejado atrás, en las inmediaciones de Calamar y Cebollal, esas tornasoladas truchas arcoíris, amigas de las aguas más heladas de los ecosistemas altoandinos. Pero, a cambio, en ese infatigable relevo de la vida, este río alberga en estas ricas aguas, otras especies de peces: la esquiva sabaleta y el capitán o negro, exquisito pez de roca; alcanzando ambos tamaños excepcionales, tras la más diversa oferta de frutos, semillas e invertebrados, como si brotaran de un surtidor mágico.
Son famosas las narraciones hechas por pescadores, tras una jornada por sus orillas, pues no salen del asombro al contar cómo enfrentaron su corriente en el momento de vadearlo; o el paso de la culebra granadilla embarcada por el centro del río, que tras el zigzagueo, dejaba ver su lomo blanco y azul, conservando en alto la enorme cabeza, desde donde miraban, vigilantes, dos zafiros de azul intenso. Al tiempo en que se agotan las palabras cuando describen en una mesa de café -con la desmesura natural del pescador-el tamaño de las sabaletas cobradas, la confrontación con estos bellos ejemplares en un entorno agreste y solitario, envuelto por el aroma dulce del yaraguá, que satura el aire del mediodía; con un sol que solo da tregua en el momento de hallar la salvadora sombra de un árbol en medio de sus “playones”, que se hacen más frecuentes a la altura de La Irlanda, cuando esta cinta gris acorta su distancia de Canoas, tornándose ondulante, en medio de un cielo azul, cruzado por el vuelo de torcazas y azulejos.
Por: Jacinto Lara…Sevilla febrero de 2012