2 de noviembre de 2012

De Sevilla, la salud y los políticos

  • 2 de noviembre de 2012
  • Share
  • Un amigo escribió en Facebook, que el chicharrón, el bofe,  y otras vísceras propias de nuestra gastronomía, no nos afectan a los sevillanos, ni nos suben el colesterol y los triglicéridos, pues estamos genéticamente inmunes a los efectos nocivos de estos alimentos, que son considerados peligrosos por la ciencia médica moderna. Bernardo Gallego, en una charla de las tres la tarde, me comentaba que el clima sevillano es hiperbàrico. 

    Es decir, que tiene claros efectos saludables para todos aquellos viejos jubilados que afectados por la artrosis y el reuma, regresan a Sevilla para pasar sus últimos días de gloria en medio del olor de los cafetales. Que estos, al cabo de algunos meses, ya pasean alegres y juveniles en las calles de nuestro pueblo, olvidando sus dolores y angustias corporales. Se considera que nuestro clima, tiene efectos en el organismo casi milagrosos y que a la manera de los antiguos apóstoles, son varias las personas que pueden testificar de estas mejoras. Sevilla es, entonces, como dicen los ambientalistas, un medio biótico y abiótico especial y único y nosotros llevamos en nuestros genes estas particulares características.

    Otra cualidad medicinal del entorno sevillano, tiene que ver con el tratamiento para la locura. Mientras la ciencia psiquiátrica mundial realiza congresos, simposios y busca mejorar desesperadamente la cura para esta situación mental en el mundo contemporáneo, en Sevilla desde hace varios años ya le encontramos solución y esta no es más que la de dejar los dementes tranquilos. Tuvimos locos clásicos como “Rafael”, un viejito de bigote, vestido con un saco engalanado por múltiples medallas de heroísmo, un quepis raído y una sonrisa a flor de boca. Este pobre loco, era asistido por los psiquiatras de la “Funeraria Gallego”, que cada semana le inventaban cartas de amor, enviadas desde Estados Unidos por las rutilantes estrellas de cine, para Rafael. Cada ocho días, este personaje lloraba de pasión y de amor, escuchando las declamaciones románticas que Sofía Loren y otras estrellas le mandaban. Debo decir, que él, andaba feliz en medio de sus Dulcineas, por las tranquilas calles sevillanas. “Juana la Loca”, fue otro personaje histórico en nuestra infancia, que también fue acogida por las familias del pueblo, que le daban de comer para su sobrevivencia. Mi amigo, Carlos Alberto Mora, “Macario”, cuando tuvo su primer conato de locura en la gélida y triste ciudad de Bogotá, lo primero que hizo fue regresar a Sevilla, lugar que el consideró como el único donde seguramente podría dar rienda suelta y sin peligro, a su ya, desafortunada situación mental. Y asi, la locura cuenta en nuestro terruño, con un apacible y bien acogido lugar para que se pasee y corra por los espacios cafeteros sin ningún tropiezo.  

    Podría mencionar muchas otras cualidades que nosotros los sevillanos, en medio de las nostalgias le atribuimos a nuestro pueblo. Tal vez, la memoria, como todas las memorias, viene envuelta en las brumas del olvido y enaltece y hace brillar los destellos alegres y descomplicados de épocas pasadas. Las modernas redes sociales son un claro ejemplo de nuestras añoranzas y recuerdos juveniles, en estas recordamos los espacios que no recorremos ahora, las risas que no escuchamos, los amigos muertos, la familia que ya no está. Pero, no quiero referirme al ambiente saludable que protege nuestra atmosfera sevillana, sino a los efectos que en la salud trajeron los cambios de las generaciones políticas locales. 

    Es paradójico que a pesar de tener Sevilla estas condiciones benéficas para el organismo humano, aún no tenga un antídoto contra el virus de la politiquería. Parece ser que el denominado “Palacio Municipal”, contiene en su estructura un organismo letal para nuestro terruño, pues los candidatos antes de llegar a este cargo, son amables, sociales, interesados en unir a los sevillanos, y se presentan como el que ahora sí, cambiará los diferentes problemas de la ciudad. Pero, a la manera de los monstruos clásicos del cine, una vez se sientan en el solio de la alcaldía, cambia su tez, sus amables costumbres y algunos llegan al perverso acto de asesinar a sus compañeros de trabajo. Cada uno de estos alcaldes llega acompañado de un séquito de personajes que se encargan de decirle a quien debe o no, colaborarle. Si es de un grupo artístico o político diferente a ellos, la orden es alejarlos y castigarlos quitándoles cualquier posibilidad de apoyo, y ni pensar en incluirlos en los supuestos programas de gobierno. Además el alcalde, se aleja del resto de la población y se esconde en su oficina pues considera que puede ser contaminado por la peligrosa turba que con sus votos lo condujo a la administración municipal, la cual únicamente debe ser para sus cercanos colaboradores. Lejos están los tiempos cuando los Alcaldes se interesaban por los problemas públicos de Sevilla. Recuerdo a “Califa”, un Alcalde que intermedió con nosotros los estudiantes del Colegio, en medio de un agitado paro, y estuvo hasta la madrugada en su oficina, convenciéndonos de que dejáramos el paro y retornáramos a clases. 

    También recuerdo que cuando jóvenes, un grupo de nosotros, radicalmente opuestos a los caciques políticos de aquellas épocas, organizamos algunas jornadas culturales con teatro, música, pintura y para poderlas realizar, necesitábamos dinero. A pesar de estar en orillas opuestas, íbamos adonde el Cacique Mayor, Don Alfonso Ossa Jaramillo, que nos recibía en su oficina, en medio de sus áulicos, nos escuchaba con la paciencia de quien sabia escuchar, y entonces, daba una orden para que de inmediato, la cooperativa girara un cheque, para que nosotros pudiéramos pagarle el transporte, la alimentación y el hospedaje al grupo de teatro o a la filarmónica del Valle. Don Fociòn Jaramillo, en aquel entonces gerente de las Empresas Públicas, patrocinaba estas jornadas de manera dadivosa y alegre. Podríamos decir, que estos políticos, a su manera, consideraban que la cultura creaba un ambiente saludable en Sevilla y que a pesar de que sabían que éramos sus opositores encarnizados, siempre estaban dispuestos a colaborar con estas actividades. En la actualidad, la palabra cultura no existe en el diccionario político de nuestras administraciones municipales. 

    Los indios Sikuani, que viven en las inmensas llanuras de la Orinoquía, creen que existen unos espíritus dañinos, que causan daños y enfermedades a los seres humanos y los denominan “Ainawi”, espíritus malignos que se encuentran en el agua y pueden ocasionar males a la humanidad. Me parece que en el Palacio Municipal se encuentran estos espíritus, que se encargaron de invadir a estos políticos locales, pues por su manera de actuar están poseídos y va siendo hora de que los Sevillanos, le busquemos el antídoto a esta enfermedad y tal vez nos tocará traer un brujo de las selvas colombianas, para que rece el Palacio Municipal y aleje los ainawi de ese sitio, antes de que todos terminemos como Rafael el loco, llorando por los amores perdidos y lejanos, que un día nos quitó la politiquería en nuestro pueblo.

    Edgar Alzate Díaz para El Ciudadano


    Todos los derechos reservados
    |WebMaster - Alirio Acevedo Sánchez|
    Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

    Subscribe