30 de octubre de 2013
Diatriba contra el despecho (*)
Señor cantante, si
usted quiere romper el cerco discográfico y mediático; si sus sueños públicos,
íntimos y sentidos siempre han estado encaminados a seducir a esa escurridiza deidad
llamada fama, atiéndame los siguientes consejos que lo llevarán en coche hacia
sus brazos. Usted está pasando el aceite de las dificultades económicas, su
nariz está achatada por los portazos de productores, empresarios y emisoras.
Usted cree ser un buen cantante, con las condiciones necesarias para ser tomado
en serio. Sobrepuestos a los celos gremiales, incluso para sus colegas, usted
es afinado, tiene medida y buena voz. Usted se sabe estudioso, preocupado por
ampliar su repertorio y, lo que es importante, tiene una pinta y un ego talla
XL. En suma, usted “es un buen muchacho”, pero en el mercado de la
farándula nadie mete las manos al fuego por su trabajo…
Óscar Agudelo dijo
que sí, sin darle muchas vueltas al asunto. Se trataba de actuar en la semana
cultural de la Procuraduría General de la Nación, a salvo entonces del incienso
y el fanatismo católico. La actuación de Óscar Agudelo y otras figuras sería
retribuida con magnánimos aplausos y ni un solo peso, lo usual en los
presupuestos para la cultura. Como la conversación no podía reducirse a pedirle
su gratuidad vocal, ante el consabido ¿Cómo va el trabajo?, entre risas refirió
que en Villavicencio querían presentarlo en la plaza de toros si no cobraba
mucho. El precio de su show partía de $400 mil pesos. Los empresarios, antes de
indagar el costo, le advirtieron que el espectáculo sería muy importante para
Óscar: tendría la honrosa oportunidad de alternar con uno de los ídolos del
recién inventado género del despecho.
Señor cantante, desde
el momento en que quiso sustraerse a la cauda humana que deriva su sustento del
trabajo llano, aburrido y mal pagado, tanto sus padres como sus vecinos y
amigos intentaron persuadirlo de la enorme dificultad que entraña ganarse la
vida cantando. Y, como de todas maneras tampoco hubo donde trabajar mientras su
voz se fortalecía, al final hizo lo que le produce mayor placer: cantar,
cantar, aquí y allá, de esto y de lo otro, pero, eso sí, esforzándose por ser
cada día mejor. Y como “lo que natura no da Salamanca no lo presta”, usted
comprobó que a la buena factura de su canto podía añadirle las ganas y
capacidades para componer. Tenía ante sí dos o tres generaciones de músicos que
a pulso ganaron sofá en la sala del prestigio y el fervor del público.
Sin que Óscar Agudelo
señalara cuál era su precio, los empresarios le advirtieron que tenía que
cobrarles tan suave como la estrella del Despecho. Como nuestro viejo cantante
se sintió categorizado como decadente y telonero, les preguntó a los
realizadores por la cuantía asignada al despechado “showman” central del
evento. “Cinco millones”, le dijeron. Y como la vejez mata diabólicas
sapiencias, Óscar ladró echado y luego del regateo accedió a presentarse por
una suma que era diez veces mayor a la que pretendió pedir. Si quiere mayor
claridad párese en el año de 1992: Nueva Constitución, ascenso del cartel del
norte del Valle, decadencia del cartel de Medellín… Pereira se endomingaba con
presidente neoliberal, grandes inversiones, flujo de capitales claros y
oscuros. ¡Ah! y con el auge del cartel, el advenimiento y consolidación de su
respectiva subcultura: ¡Viva el despecho!
Señor cantante,
su formación e imaginario, con academia o sin ella, estuvo tutelada por el
variado repertorio de ese algo que llamábamos hasta el siglo pasado música
popular. A usted quizá también lo acunó “en tangos la canción materna pa llamar
el sueño”, vio brotar “como en un manantial las mieles del primer amor”; a
pesar de su juventud ha castigado la baldosa con La piragua, de José Barros,
Sonido bestial, de Richie Ray, e incluso ha llegado a coquetearle a Alci
Acosta. Sus padres y abuelos le han hablado de Leo Marini, de Tito Rodríguez,
Los Panchos, La Sonora Matancera, Lucho Ramírez, Alfredo Sadel, Marco Antonio
Muñiz y cientos de vocalistas y orquestas del siglo pasado. Pese a la brecha,
usted ha admitido la calidad de sus antecesores y por eso muchos de esos temas
están en su repertorio…
Para hacer un poco de
historia, precisemos que desde los albores del siglo pasado comenzaron a oírse
grabaciones de discutible calidad musical. Luego, el hecho de que las
estaciones del ferrocarril fueron aglutinando hoteles, bares y servicios de
asistencia sexual, fue atrayendo un estilo de música popular que era el anillo
al dedo de amores y desamores. Aunque era música sin pretensiones, sus letras e
intérpretes se esforzaban en tener decoro. A esa música se le llamó música
de carrilera. Justamente en esa corriente musical dio sus primeras y
decisorias brazadas Óscar Agudelo. Sus éxitos fueron refritos criollos de
viejos tangos argentinos, incluso cantados por Gardel y otros pesos pesados. Su
voz plena de eses sibilantes, muy paisa, colonizó bares y corazones en la
geografía colombiana. Oiga cualquiera de sus canciones y notará que tienen
letras coherentes y bien hechas.
Señor cantante,
despiértese que hace veintidós años se agotaron los cupos para la música que
heredó, que añadió a su repertorio o ha compuesto. De ilusos tenemos
suficiente; aquellas historias de ignotos cantantes que son descubiertos por
magnates de la industria fonográfica o empresarios artísticos, ahora son
cuentos de hadas. Tal vez en latitudes del primer mundo se observen casos así
pero usted es de aquí y el TLC tampoco funciona para eso. Percátese de que
tiene millones de personas haciéndole competencia segundo a segundo. ¿Sabe
cuántos álbumes se graban por minuto en el planeta? Simple: cuente cuántos
estudios de grabación tiene su ciudad, multiplique por el número de ciudades
del país; averigüe cuántas grabaciones hace en promedio cada estudio; súmele el
mercado exterior y, entonces, entre en contacto con la superficie donde ahora
está parado y rascándose la cabeza.
Hemos citado a una
figura como Óscar Agudelo porque a través de su anecdotario podemos contar la
historia común a los cantores de una música que perdió su sitio bajo el sol.
Episodios como el suyo en el espectáculo de Villavicencio, narrado arriba, han
sido vividos por centenares de artistas a quienes se les agotan de manera
paulatina los compases para vivir y cantar. A los lectores puede parecer
arbitraria la distinción entre música popular y música del despecho. Pero no es
un afán de enredar la cuestión ni caer en los “ismos” tan socorridos en la
literatura y demás artes. Hay que buscar el porqué de la frontera entre una y
otra expresión a partir de la ocurrencia de hechos sociales y económicos. Aquí
también la concurrencia del dinero, las bonanzas y sus personajes engendra
expresiones culturales o contraculturales.
Señor cantante, usted
puede llegar adonde es preciso que llegue, si es que ya lo convencí de lo
inútil que es soñar en términos éticos o estéticos. Mire y oiga a su alrededor.
Le propongo que escojamos algunas luminarias del despecho; desde quien ha
fungido como rey del género hasta sus émulos que son como las últimas copias
que se hacían al carbón en las oficinas. ¿Qué tienen ellos que usted no pueda
tener? Hombre, píllese la nota cómo es; comience por la voz: en cuanto más
grotesca, mejor; si tiene algún defecto notorio, como un abuso al
vocalizar, eso que llaman un sonsonete similar al que entronizó el propio rey,
usted “está hecho”. Los productores o sus padrinos notarán que su voz
tiene “personalidad”. Entiéndalo: para cantar feo es preferible nasalizar su
voz y emitirla por entre los cornetes.
La música del
despecho y su designación oficial como género proviene de un festival homónimo
que se realizó en Pereira, en noviembre de 1990. El evento fue publicitado y
difundido en medios nacionales, como la Revista Semana. Incluso pretendía
convocar a poetas, escritores y demás artistas, alrededor del desamor. Al
parecer todo un evento de alta connotación cultural. Bien pronto quedó al
descubierto su verdadera razón: vender un abominable género musical, traficar
con la impuesta ignorancia del pueblo. No nos metamos mentiras: su promoción
festivalera tan solo buscaba engrupir al turismo despistado y promover el
mercado de una música de paupérrima calidad. Una música de melodías y armonías
previsibles, chabacanas, prefabricadas, clisés, sometidas a un formato
invariable en sus arreglos e instrumentaciones. Unas canciones y letras que
pueden componerse en media hora, sin que se requieran conocimientos musicales o
literarios.
Señor cantante,
¿Quiere saber cómo se hace una letra despechada, comercial y que cautive
pueblo? Le voy a transcribir un ejemplar fragmento, de “Por mí llorarás”,
de Luis Alberto Posada:
“Sola quedarás cuando
me aleje,/no sé a quién querrás cuando te deje,/sé que otro vendrá y te
besará/y con sus caricias me recordarás,/al besar sus labios me recordarás,/ al
sentir sus manos me recordarás,/ al mirar sus ojos por mi llorarás,/ y al decir
su nombre el mío dirás,/ y no te amará como yo te amaba,/ ni te besará como yo
te besaba,/ni te quemarán sus labios fríos,/ entonces tu alma añorarán los
míos,/ y me buscarás y me llamarás,/ y al nunca encontrarme por mí llorarás,/
sin ningún consuelo, ni una mano amiga,/ que por ahí te diga, yo sé dónde está
(…)”
El imbatible
triunvirato que conforman, El Charrito Negro, Luis Alberto Posada y Jhonny
Rivera, se fortaleció en la región de mayor bonanza de coca y violencia
narcoparamilitar: El norte del Valle y Risaralda. Abarrotan coliseos,
robustecen la billetera de Jorge Barón y es tanta la adoración colectiva por
ellos que su sonsonetudo estilo permeó la juventud de aquellos entornos
geográficos de dualidad rural-urbana, justamente los lugares en donde nacieron
y comenzaron. El poder seductor de esta subcultura ha conseguido instaurar un
sincretismo que en épocas pretéritas hubiera sido imposible: alrededor de las
ventanillas y expendios de alcohol, en un derroche de decibeles, atruenan el
reguetón y las canciones del despecho. Por otra parte, los políticos
descubrieron una fórmula infalible para captar clientela en elecciones: llevar
a los ídolos; una inversión costosa pero que los contratos y la repartija
burocrática resarcirán.
Señor cantante,
analice la canción transcrita, haga una parecida y procure evitar un
recalentamiento neuronal. Fíjese que en los 16 versos transcritos, hay 16
originales rimas obtenidas a partir de inflexiones verbales: Llorarás, vendrás,
etc. Para ser más creativo recurra también al filón de rimas de los participios
pasados: llorada, tomada, recordada…en fin, existen centenares de palabras
adecuadas para darle fuerza a la canción que puede catapultarlo. Ojo: no caiga
en la tentación de utilizar palabras diferentes a las usadas por los triunviros
citados arriba. Recuérdelo siempre: el estribillo es la clave para que el
público sienta ese amor a primera oída por sus creaciones. Péguesele a un
productor de televisión del Canal Uno; lagartéele, llórele, haláguelo y
convénzalo. Trabaje, trabaje y trabaje, que la pulsera y el collar de fantasía
que usa ahora serán reemplazados por oro de verdad.
La música ha sido
víctima en todos los tiempos de la ambición desbordada de productores y
empresarios. El mercado requiere vender lo que sea y el sentimentario popular
es rentable. Los promotores argumentan que producen lo que el público quiere.
Pero… ¿No será más bien que la gente termina por aceptar aquella basura que muele
una y otra vez la radio o la televisión y responde al estímulo como perro a la
campanilla de Pavlov? He aquí una explicación a la existencia del monopolio que
el abominable género instauró en el país. Solo así nos explicamos por qué hasta
las cajas de compensación familiar han terminado por expedirle pasabordo en sus
programas de esparcimiento cultural a este cartel del despecho. Aquí podemos
deducir cuál es el papel determinante de la payola en la elaboración del gusto
musical de una sociedad.
Señor cantante,
atienda mi mejor consejo: consígase treinta millones de pesos. Vaya a San
Andresito. Busque a uno de los duros de la piratería. Dele la plata y sus
canciones. Él quemará veinticinco mil copias de un nuevo disco MP3. El título
puede ser, “Nuevos éxitos del despecho con Darío, El Charrito, Luis Alberto,
Jhonny…y ¡usted!” Las copias serán distribuidas en todo el país. Cada
vendedor callejero de cedés tendrá este nuevo álbum. Autopiratearse no le
producirá dinero pero, lenta, la fama llegará con los contratos que le
permitirán obtener esos sesenta millones de pesos que deberá pagar en
payola. ¿Qué es eso? Elemental: pague por hacer sonar sus canciones varias
veces al día en la radio regional. A más emisoras, más plata pero mayor fama.
¿Qué dirán en su pueblo cuando lo vean en El Show de las Estrellas?
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(*) Colaborador. Libaniel Marulanda
(*) Colaborador. Libaniel Marulanda
El músico y cuentista Libaniel
Marulanda es uno de los referentes de la cultura del departamento del Quindío. Ganador
de varios concursos literarios y musicales, no tiene pelos en la lengua para
cuestionar las modas y las costumbres de los gestores culturales. ‘En directo
al grano’, su más reciente trabajo discográfico, va lanza en ristre contra la
corrupción y la mega-minería.