25 de mayo de 2010

Álvaro Rodríguez Granada

  • 25 de mayo de 2010
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  • 'El dolor como expresión de la vida'

    Por: Luís Jesús Flórez Noriega
    Diario La Crónica de Armenia

    Su piel huele y sabe a teatro, su alma y su cuerpo son la proyección de muchos personajes intangibles de la dramaturgia universal que le han permitido conocer, en el escenario, cual es la esencia del ser humano.
    Las tablas le han enseñado que no existen personajes buenos ni malos, sino seres que recrean aspectos positivos y negativos de la gente, de ahí que cuando retorna a su realidad siempre quiere arrancarle a la vida una carcajada, porque como dicen la risa es el remedio del alma.
    Descomplicado, sencillo, mamagallista de tiempo completo, pero muy humano y aterrizado en la realidad social de este país, así se percibe a Álvaro Rodríguez Granada, un sevillano con sangre quindiana que desde muy joven partió a la capital en pos de un sueño, ser actor.
    Y como la vida está llena de ambigüedades y contra sentidos, estudió Antropología en la universidad Nacional, pero su amor por el teatro lo hizo desistir de ese camino y lo encausó en lo que siempre quiso, ser actor.
    Su padre, un armenio que por los avatares de la vida terminó residenciado en Sevilla, les regaló a él y a sus otros doce hermanos, que pese a los problemas siempre hay una luz al otro lado y lo único irremediable es la muerte.
    Por eso siempre les repitió una y otra vez que sin dolor la vida no sabe a bueno, que el dolor es la expresión concreta de que uno está vivo.
    Cuando Álvaro recrea su génesis como artista, sus ojos expresivos proyectan sus vivencias de la niñez, aquel pequeño que se extraviaba en las casonas de Sevilla, Valle, con sus amigos adaptando fragmentos de las radionovelas de moda por esa época o con sus hermanos improvisando una orquesta con ollas de cocina y dulzainas.
    “Hay una cosa fundamental que recuerdo de mi hogar paterno. A pesar de tantas dificultades económicas, después de que papá quebró nunca dejó de mamar gallo, como que todas esas necesidades lo llevaron a descubrir muchas facetas contradictorias, complejas del ser humano y eso servía para sobrellevar la vida de una manera más alegre”.
    Siempre que había una dificultad el padre de Álvaro tenía que hacer algún chiste, tenía que sacarle la parte buena hasta con el dolor para no dejarse ganar por la adversidad.
    Como si se tratase de una proyección de películas familiares, Álvaro evoca la casa de los Prada, una familia que al igual que la de él era muy numerosa y allí su inmenso comedor se transformaba en escenario que reunía a muchas familias con los montajes que siempre le martillan en el corazón, porque fueron los años de las primeras novias, de los pactos de amistad eterna y del olor del café que bajaba de la montaña para adentrarse en sus sueños de niño.
    Pero como todo en la vida, tuvo que escalar peldaños y en pos de lograr ser alguien dejó su natal Sevilla y se fue a la ciudad de los 2 mil 600 metros más cerca de las estrellas, Bogotá.
    Un periodo de años contradictorios lo recibió en la capital de la República, era la época de la transformación de la política tradicional a otras manifestaciones, del arraigo por lo social, de las canciones protesta, de hacer el amor, de ser libres… Y aquel joven de provincia se encontró con otro mundo que le permitió descubrir universos nunca antes imaginados.
    Y entre canciones al Che Guevara, los poemas de Neruda, las lecturas de Borges y la Internacional, Álvaro se encontró de pronto en la Nacional, ese templo del saber que lo acogió en la asignatura de antropología.
    Pero la lúdica, el querer transmitir emociones a la gente lo ‘obligó’ a dejar su carrera y se dejó llevar por Santiago García y su esposa Patricia quienes lo recibieron de lleno en el teatro La Candelaria. Allí en esa casa estuvo por espacio de 25 años.
    En ese espacio de sentidos encontrados se dio cuenta que ser actor requiere de mucho estudio, es un oficio de bastante sacrificio, de mucha entrega por lo que decidió ingresar a la Escuela Nacional de Arte Dramático.
    “Cuando me di cuenta que ser actor era lo mío abandono la carrera y paradójicamente, Lisandro Duque, que también es de Sevilla, director de cine, con quien hice mi primer cortometraje llamado ‘38 corto 45 largo’ me invitó a unas peñas culturales que se hacían en La Candelaria. Como desde muy pequeño molestaba con un ‘culebrero’ que recorrían todas estas zonas paisas, me permitió lanzarme al escenario y a raíz de eso me siguieron invitando a las reuniones”.
    Con la certeza de que había encontrado lo suyo, hizo del teatro un templo, un espacio de retroalimentación que lo ha llevado a ser uno de los actores más reconocidos del teatro, el cine y la televisión.
    Su primera salida al exterior fue toda una frustración. Un día se estaba despidiendo de su familia, iba para París, se encontraba en el aeropuerto, iba a subirse al avión cuando su mamá lo sacudió y le dijo ¡Álvaro, Álvaro, es que no va a ir a estudiar! (Risas).
    Luego del teatro lo que mas la apasiona en la vida a Álvaro es el cine. La película que recuerda con cariño es ‘La gente de la Universal’ cinta que dirigió Felipe Aljure.
    Pero dentro de su recorrido se encuentran quince filmes más, entre ellos ‘Amar y vivir’, ‘Soplo de vida’, ‘Golpe de estadio’, entre otras.
    De las doce películas que están por estrenarse en la cartelera nacional, Álvaro trabaja en cinco de ellas. Recuerda con especial interés ‘El baúl rosado’, ‘Colombian dream’ de Felipe Aljure, ‘El trato’ de Francisco Norden y otra con Harold Trompetero llamada ‘Dios los junta y ellos se separan’.
    Lo grato del cine, dijo, es que cada proyecto es único cada cinta tiene su cuento, su temática, nada es parecido, todo es nuevo y le ayuda como actor a crecer.
    “Como dice Santiago García, el mejor termómetro es el público: Mire al espectador, si la nalga va de aquí para allá sospeche, pero cuando se queda quieta uno tiene al espectador agarrado”.
    Así es Álvaro Rodríguez Granada, un hombre aterrizado, amante de la vida que lo único que busca es, a través de su oficio, contar historias por medio de sus personajes.
    Nunca ha perdido ese sabor de provincia, porque en las calles de Sevilla, ese pueblito cafetero que lleva en sus entrañas aprendió lo que más ama, actuar.
    Y mientras sus fuerzas se lo permitan siempre estará en un escenario, en un set de filmación, mostrando su orgullo de colombiano, la tierra de Macondo y de los sueños.
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    |WebMaster - Alirio Acevedo Sánchez|
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