10 de junio de 2009
Luces para el Camino No. 6
Por lo regular cuando referenciamos el espacio que ocupamos o habitamos, lo delimitamos a tal punto que lo encerramos entre fronteras. En otras ocasiones lo reducimos tanto que lo convertimos en un simple punto. La visión que construimos de ocupación, la llevamos a la manera más simple de ocupar o de habitar, un espacio sin mayor trascendencia. Pero si lo que deseamos es construir una sociedad dinámica y enmarcada en los principios coloridos de la ética y la estética, donde la dignidad, el respeto, la responsabilidad, la lealtad, la transparencia, la generosidad, la solidaridad, la libertad y la justicia campeen por todos los hogares, en todas las calles, carreteras y caminos veredales, debemos entrar a revisar como nos estamos soñando. El papel que cumpla cada uno de los sueños de tod@s l@s Sevillan@s y su conectividad, será determinante para entrar a ocupar y construir nuestro pueblo.
Al preguntar a quienes emigran a otras ciudades u otros países, sobre lo que más extrañan de Sevilla, lo relacionan de manera inmediata con un lugar, el cual acompañan con un momento o con varios. Un lugar y un momento poco dinámicos y sin conectores. Algo normal. Un lugar y un momento que poco o nada tienen en la cuenta los conectores con otros lugares y otros momentos de las demás personas, ya sean de la familia o no. A quienes aún no se han ido, pero sueñan con irse muy lejos (tal cual “Pueblo Blanco” de Serrat (1)), aún desconocen el sentimiento de la soledad, de la exclusión y de lo que es convertirse en un ciudadano de cuarta categoría. Cómo la sociedad del consumo ha planteado que todos tenemos un precio ¿A que precio está usted dispuest@ a venderse? Pero si usted ya regresó para quedarse o nunca ha pensado en irse, ya usted no tiene precio. Usted se ha transformado en un ser valeroso.
Pero en nuestro pueblo, Sevilla, sé que hay personas que nunca se han ido y estoy segura que nunca se irán. Unas por que no podrán y otras que ni lo han pensado ni lo pensaran. Hay dos tipos de personas que me encantan, estas últimas y aquellas que algún día se fueron del pueblo a buscar un mejor “futuro” para ellas y sus familias, y que descubrieron a tiempo que solo siendo esclavas del trabajo full time y part time, en ese “Modelo de los Países del Desarrollo”, durmiendo y comiendo poco, algo podrían ahorrar. Esas personas que tuvieron el valor y la dignidad de regresar, antes que entrar a jugar el papel de máquinas o tomar por el camino donde el alma queda empeñada al diablo hasta la eternidad, tendrán mucho que contar y que enseñar de su experiencia a quienes queremos apropiarnos del terruño y también, para quienes aún sueñan con que el futuro los espera más allá, y no acá.
Cuando esta Administración tomó como eslogan ¡Tierra de Maravilla, Una Ciudad para Querer! el cual he usado en varios de mis escritos, pero que no comparto. Porque a mi parecer, siento que hay una contradicción espacial. En su primera parte “Tierra de Maravilla” encuentro lo más cercano y bello a lo que es Sevilla (mi pueblo) en su conjunto, pero en la segunda parte “Una Ciudad para Querer”, implícitamente se está limitando el territorio a la “Ciudad”, donde el imaginario solo llega hasta el borde de las últimas casas del perímetro urbano, desconociendo lo que históricamente a permitido construir nuestra cultura Sevillana, “la fusión de lo urbano – rural”, que por muy cafetera que pueda ser como otras, tiene sus arandelas que la hacen única. Porque siempre “El Pueblo”, será más, mucho más grande que “La Ciudad ”.
Cuando caminaba hacia tres esquinas hace cerca de tres años atrás, después de haber recorrido durante toda mi vida, casi todas, sino todas las calles, los caminos y las carreteras veredales de mi pueblo, me propuse como reto volver a caminar todos y cada uno de estos caminos como si estuviera deshaciendo mis pasos, pero en vida. Como si eso de volver a pisar mis huellas, fuera una forma de obligar al destino a que me duplicara los años. Más que aspirar a llegar a los ochenta y pucho, lo que realmente quiero es volver a sentir el aroma de las plantas que acompañan los caminos; que al saludar, pueda yo volver a escuchar mi nombre en boca de quienes aún me recuerden. Deseo volver a oler la tierra húmeda de los cafetales; el olor que solo tienen el pasto recién cortado por los caballos; el olor del café mientras lo tuestan; sentir como la neblina entra por mi nariz y ver como sale por la boca convertida en una pequeña nube; escuchar las quebradas que siempre me despistaron con las distancias; ver a los Willys los sábados cargados con su gente almidonada hasta el sombrero y oliendo a agua florida.
Pero yo pregunto ¿Que tan felices han llegado a ser los hombres y mujeres de nuestro pueblo que dicen haberlo tenido todo, cuando digo todo, me refiero a dinero? ¿Cuantas de estas personas se han quedado al final de sus días solas? ¿Cuantas de estas personas recogieron algún dinero para pasar sus últimos años a cambio de un hij@ en la cárcel o en el cementerio? ¿Cuantas de estas familias se encuentran en guerra interna y/o externa, por querer poner la “fortuna” en un solo bolsillo? Unos hombres y mujeres que solo saben medir sus logros y progresos, por el precio que tienen las cosas que poseen. Creyendo que entre más grande es el carro o la moto, más grande es la felicidad.
En una sociedad donde un gran porcentaje de las mujeres poco o nada entienden sobre la diferencia que existe entre “el valor” y “el precio”. Que se prestan, se venden o se empeñan después de haber puesto su vida en juego en el filo de un bisturí. Y todo, a cambio de ser exhibidas en las fiestas o en las ferias, cual la mejor vaca lechera. Mujeres que no conocen o no valoran la emoción de toparse con una mirada a los ojos, cuando de manera inesperada una se voltea y allí se los encuentra cual descarga de rayo. Ahora los hombres solo están poniendo la mirada y su deseo, donde el otro puso su “inversión”. Una no entiende como una gran parte de las mujeres han permitido que esta sociedad de las cosas, las hayan convertido solo en un objeto sexual, en un artículo de exhibición o de consumo.
¿Y que papel están jugando los hombres en esta sociedad de las cosas? Si la mayoría con los que una se encuentra, son unos tipos sin capacidad de conquista, que creen que todas estamos deseosas solo de saber que poseen y de conocer sus grandes negocios. Negocios donde la habilidad para la trampa, es el espíritu de estos. Estos hombrecillos de pequeñeces físicas e intelectuales, han querido ocultar sus limitaciones con la adquisición de grandes y costosas cosas: carros, zapatos, ropa, perfumes y hasta sus uñas se las pintan. Donde el reconocimiento, el respeto y el amor, hacen parte del inventario de bienes que estos hombrecillos están dispuestos a comprar. Unos pobres hombrecillos que son capaces de pagarle al cirujano, para que con unos puntos, puedan achiquitar y dejar al tono, lo que les está haciendo perder el poquito de confianza que aún les queda. Como si la apariencia lo copara todo.
Estamos en una sociedad que hace que muchas personas teman envejecer. Solo es ver como a diario se hace evidente el atropello que reciben los adultos mayores por no estar, según algunos, en una edad para participar del mercado de la “Productividad y en la Competitividad ”. Nos han hecho creer que la belleza solo está presente cuando las carnes están firmes. Hemos olvidando nuestro proceso natural de envejecimiento. No reconocemos que en cada etapa de la vida los patrones de belleza son diferentes y que solo basta dignidad para envejecer, para no sentir complejos ni frustraciones. En esta sociedad de las cosas y del poseer, el ser como ser, ya no es valorado. Es una sociedad en la que solo existe, lo que tiene precio y lo viejo es sinónimo de inservible u obsoleto o estar “out”.
Cuando lleguemos a pertenecer a este grupo social de los obsoletos, según esta sociedad de las cosas, ¿seremos capaces de soportar lo que hoy día estamos ayudando a construir? ¿Estaremos dispuest@s a recibir las burlas por caer de bruces por no precisar los cambios de altura en los andenes?, obstáculos arquitectónicos que a ninguna de nuestras administraciones les ha importado; nos pegaran colas de papel que luego encenderán, nos tumbaran los sombreros, nos amarraran los cordones independientemente que con ello se nos pueda romper un hueso en la caída. Nuestr@s hij@s se distancien al punto, que ya no nos visiten por que nos encuentran lentos, aburridos y torpes. Estas y muchas otras cosas nos pasarán y solo terminaran, cuando caigamos en la cuenta que solo somos un estorbo para esta sociedad de las cosas y decidamos que ya es hora de irnos, a donde las diferencias ya importan.
Una sociedad que invita solo a soñar con el tener y el poseer a cualquier precio, que nos lleva a llenar nuestros cuerpos de silicona y sacarnos las costillas, a pararnos la nariz y demás cosas donde la gravedad y la flacidez son las que reinan. Una sociedad que nos dice que somos indignos por pertenecer a una familia empobrecida, pero que admira al tramposo y al vivo ladrón que se enriquece. Que para cumplir con el nivel de vida, tenemos que trabajar el papá y la mamá y dejar a los niños que se críen solos, y luego sale una psicóloga hecha por esta misma sociedad a decirnos: “que lo importante del tiempo compartido con los hij@s, es su calidad y no su cantidad”. Mentiras. Esta sociedad de las cosas ha pensado en todo.
Lo único que estamos generando con el tipo de sueños de hoy, es el fortalecimiento de esta sociedad de las cosas. Con la cual y a opinión personal, estamos perdiendo el tiempo y con él, la vida. Si la solución para detener el proceso de empobrecimiento de los valores, de los principios y de las necesidades biológicas básicas, se la dejamos a cada persona por separado o de manera individual, nada cambiará. Seguirán soñando con ser otros, llámense Españoles, Londinenses, Gringos o Sevillan@s sin identidad, que son los que hasta el día de hoy, nos vienen vendiendo todo el pueblo por un peso.
No podemos seguir buscando el escampadero en otras tierras, tenemos la obligación de ser más imaginativos que esta sociedad de las cosas y sentir que todo es posible de transformar. Llenarnos la cabeza de nuevas y esperanzadoras ideas, que generen propuestas con nuevos y dignos empleos para tod@s. Y revisar al interior de nuestro corazón y de nuestra conciencia, que es lo que realmente necesitamos para habitar y ser felices, y así, construir el pueblo soñado.
Para reiniciar el rumbo hacia la vida, es necesario contar con una buenas “Luces para el Camino”.
(1)Joan Manuel Serrat - Cantautor, compositor, intérprete, poeta y músico español.
Josefa Blanco

