6 de julio de 2009

Semblanza de un pueblo

  • 6 de julio de 2009
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  • Al nordeste del Departamento del Valle, hacia el kilómetro 169 de la carretera Central, la cordillera se ha empinado lo bastante como para contemplar la iluminada planicie del Valle del Cauca.

    Esta es una de las regiones paradisíacas del mundo: tierras feraces y magnificas revestidas de un paisaje tropical de altos cocoteros y garzas taciturnas que miran al fondo de las lagunas; amplios arrozales y sonoros trapiches llenos de la vocinglería alegre de los campesinos; y sobre todo el río Cauca que es el alma silenciosa de la comarca, lento, rítmico, maravilloso y majestuoso... apretujado de canoas en algunas partes, las más de las veces sólo en su prolongada trayectoria.

    En el kilómetro referido a mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar, se levanta a manera de balcón abierto sobre el Valle, Sevilla la “Capital Cafetera de Colombia”, ya que dado el carácter monobásico de la economía de nuestro país y teniendo en cuenta que Sevilla es el primer productor de café suave en el mundo, es también un municipio clave en el ingreso de divisas a la nación.

    Sevilla no es una ciudad en el sentido exacto del vocablo; es, apenas una población cruzada por calles rectilíneas, anchas y pavimentadas en casi su totalidad, al lado de las cuales se alinean casas sencillas de cuadradas ventanas y vistosos colores.

    En la plaza principal, el templo de construcción gótica y con su torre de cuarenta y cinco metros de hormigón en cuyas caras resaltan cuatro relojes un poco sucios y desteñidos y que sólo andan cuando están de buen humor, preside esa colección de edificaciones.

    La gente Sevillana es simpática y laboriosa. Trabaja hasta doce horas diarias y todos se conocen y estiman. Las muchachas siempre tienen una sonrisa sencilla y sincera sobre los labios para los turistas que de paso visitan el pueblo y en cada persona que transita por las calles, se encuentra un servidor incondicional que le brinda atención a granel y que le tiende la mano con una palabra afectuosa.

    Sevilla tiene una historia corta como su edad. Fue fundada por colonos antioqueños en 1903 y hasta el sol de hoy no ha sido cuna de ningún personaje importante en el panorama nacional. 

    Sin embargo no le ha faltado últimamente un representante a la Cámara, un viejo capitalista bonachón, muy íntimo del ministro de Obras Públicas, Dr. Leiva, que se llama así mismo “líder del pueblo” y que en las sesiones de la Cámara se contenta con dar una palmada de aprobación sobre el pupitre.

    Sevilla tiene más de sesenta mil habitantes, dispersos en los campos aledaños los más, y cerca de treinta mil en el perímetro urbano. Poco a poco se ha ido modernizando y las modernas edificaciones van dando al traste con las viejas casas de madera.

    Posee clubes sociales, donde los llamados de la “hight life” pasan sus noches de diversiones y dos teatros destartalados por donde deambulan las ratas sin peligro alguno.

    Con motivo del Cincuentenario, la población se prepara a celebrarlo con todo entusiasmo y ya ha obtenido del Estado la no despreciable suma de un millón de pesos.

    La vida en Sevilla es simple, sin complicación alguna. La mayoría de los parroquianos son honrados y buenos, comentan la política con el peluquero, critican la carestía con el tendero, juegan a los naipes con los vecinos y los domingos van a misa muy por la mañana para dedicarse al juego del billar el resto del día.

    Y así sigue Sevilla hacia el progreso frente al Valle.... De la cual escribió Claude Raymonds, cronista norteamericano en la revista “Look” del país del norte, en artículo traducido para “El Tiempo”: “Sitio donde por la proximidad de la naturaleza y la amabilidad sincera de la gente, provocaría vivir toda la vida.” Bogotá, Marzo de 1.953
    Por Albero Parra Arcila.
    Bogotá, Marzo de 1.953


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