8 de abril de 2010
A Miriam Parra López, mi amiga del alma
Si sabes de alguien que le hubiera ofrecido más alegría a este mundo, hazle saber que hubo una Miriam que con sus encantos simples de ser humano incomparable, logro tallar en el sentimiento de todo un planeta de amigos el recuerdo de todas las expresiones de cariño que solo un ser de su talante fue capaz de entregar con tanto afecto.
La Miriam de la que hablo, esta hoy aquí, y esta irradiando esa energía, que sigue impregnando de alegría cada uno de los ambientes que cada uno de los presentes, compartimos en diferentes épocas de la vida, desde niños, en la Escuela , en la sala de la casa de Don Gabriel mirando la televisión , y compartiendo las bananas que repartía Doña Araminta, para los niños que íbamos a ver por primera vez, la Tele , en blanco y Negro, Inolvidable, Gracias don Gabriel, porque si no fuera por la existencia de sus hijos, la oportunidad de haber visto la Tele , se habría retardado unos meses más, hasta que a otro papá, hubiera tenido la oportunidad de conseguir un aparato como el suyo. . Y más importante que la tele, fue el haber logrado conocer a Miriam y ser su amigo.
Que fortuna me dio la vida, pude disfrutar las primeras serenatas, que el amor de su vida le brindó en la ventana de su casa, con el tocadiscos de pilas que sacábamos a escondidas de la casa de Don Roberto Duque y que colocábamos encima del recostadero de la ventana y cuando empezaba a sonar, corríamos a escondernos a la esquina del Expreso Palmira, ante el temor de reprimenda de doña Araminta, por la bulla que producía el aparato a esas horas de la noche, como a las 9. Fue la más grande expresión de Amor, que de jóvenes provincianos pudimos compartir.
Nada rasgaba su alegría. Era un mar de risas y gracejos que le imprimían sentido a la vida. La tristeza no le fue propia al ser más solidario del mundo, la convocaba desde la tristeza hasta el cumpleaños del amigo, disfrutaba con intensidad los momentos de regocijo que iban desde un tinto, hasta una noche de risas al calor de un Aguardiente, en Casablanca o en el Vesubio.
Para los suyos, era un torrente de optimismo, que a diario disparaba positivismo hacia lo que fuera por que alrededor de su entorno familiar siempre existiera la armonía, tenía la respuesta a flor de labio, para convocar a una permanente tranquilidad, Jamás la oí quejarse de algo que la vida no le había brindado. Y es claro que a alguien tan especial con los otros, la vida no tuvo nada para negarle.
Al lado de Ramón mi padre, mostró su gran talante mamagallístico, en inolvidables noches de tertulia, en mi casa de Chapinero, y donde también al lado de mi madre, hizo demostración de su gran calidad humana, haciéndole alegre la vida a Marta Cecilia, mi hermana, en su larga travesía por el mundo de una enfermedad, que también se la llevo físicamente de este planeta, hace ya muchos años. De lo que si estoy seguro, es del encuentro infinito de Miriam, con todos aquellos que sin poder renunciar a la muerte, compartieron las penas y alegrías, que para ella siempre fueron un compromiso humano.
Cada uno de los que compartimos tu mundo, estamos auto enfrentado con la idea de aceptar que tenías que partir y dejarnos huérfanos de las tantas cosas hermosas que nos diste. El epitafio colocado en la urna que contiene sus cenizas, es el mas grande simbolismo de vida, que solo aplica a seres humanos irrepetibles, como vos “Aquí yace Miriam Parra, en contra de su voluntad”.