5 de enero de 2014
¡Evitar las tentaciones del demonio, el mundo y la carne!
Álvaro Noreña, quien trabajó como Gestor
Cultural en Fredonia, Antioquia, viajó a Jericó con la finalidad de asistir a
un curso sobre Museología que allí se
iba a dictar.
Para hospedarse no tuvo mucho que buscar,
pues sólo había un hotel y el cuarto que le ofrecieron como
alojamiento tenía siete camas: Era un albergue comunitario. La
noche fue pesada, cuando apenas empezaba a conciliar el sueño llegaron unos
arrieros, y mientras se acostaban lo despertaron porque estaban hablando demasiado sobre mulas y viajes de arriería. Más tarde
llegó otra persona quien deambuló por la pieza sin prender la luz, andando en puntillas para no hacer bulla, y de tanto tocar las camas los despertó a todos.
Los arrieros se fueron de madrugada con sus mulas y sus
bártulos. La otra persona que se quedó
era el poeta Conrado Marín, muy conocido
en todo el Suroeste Antioqueño, quien también iba a asistir al curso, y ambos
compartieron habitación durante toda la semana.
El hotel
era regentado por una persona mayor, muy seria, y que infundía mucho respeto; la recepcionista,
era una linda mujer de sangre ochavona con ojos de rasgos felinos, y por el
trato con el dueño de la posada, parecían marido y mujer. Cuando Álvaro la vio casi cae fulminado como por un rayo, y algo similar le ocurrió al poeta, pero para evitar malos entendidos, no le lanzaron
ningún piropo, esperando eso sí, una mejor ocasión.
Entre los cursillistas había lindas chicas
que hacían más agradable el evento y eran de todos los colores y razas: negras,
blancas, indias Embera-Chamí y mestizas
como si fueran un ramillete de flores rindiéndole tributo a la belleza de esa
región.
En las horas de la noche Álvaro y su amigo el
poeta cuando se fueron a entregar en
brazos de Morfeo, encontraron en una
cama que no era la de ellos, una nota en un papel
rosado y perfumado con una fragancia de Cocó Chanel, que decía: “Amorcito: Te espero hoy”
Entre los
dos amigo empezó un pormenorizado
análisis para definir hacia quién iba dirigida la carta y poder actuar en
concordancia:
― ¿Hermano, será la dentrodera? ―, dijo el
poeta.
―No sé, ella es muy linda, pero si yo fuera el destinatario, la carta estaría colocada en mi cama o
si fuera para usted habría sido
depositada en la suya―dijo Álvaro―, y
con gran emoción agregó: ―Pues ella sabe
a quién corresponde cada una de ellas.
―Compañero, tranquilo, vaya mañana a la dentrodería a ver qué cara hace esa mujer ―, dijo Conrado.
Muy por la mañana, Álvaro , con el argumento de que necesitaba
una toalla para el baño, se presentó en esa dependencia y al tocar en la puerta, se encontró con un
hombre de modales finos, suave hablar y ojos color aguamarina quien le informo
que la señorita había salido a disfrutar de las vacaciones.
―Poeta, la mujer de la dentrodería queda
descartada. Entonces, ¿será el marica?
― No Álvaro, ese señor, debemos descartarlo porque él también ha
entrado a arreglar la pieza y él sabe en qué camas nos estamos acostando, y además, aquí a la posada todos los días viene un señor a
recogerlo y se van cogidos de la mano.
La situación se complicaba porque esas
personas que tenían entrada a la habitación, eran las más sospechosas, entonces
se hacía necesario observar a otras, y
la atención se centró en las compañeras de curso. Alguna pudo entrar subrepticiamente
o enviar la carta; ninguna hipótesis era descartable. El hombre de los ojos
color aguamarina informó para mayor claridad que al cuarto de dormir solo
tenían acceso él y la dentrodera. A través de charlas que los dos amigos
tuvieron con las chicas del curso, utilizando el método de la investigación
policíaca, concluyeron que tampoco eran responsables de nada.
Solo quedaba por analizar a la recepcionista.
―Hombre, esa mujer me hace entrar en
sospecha. Acuérdese que ella ha venido varias veces hasta la puerta a averiguar
qué se nos ofrece. Es la sospechosa número uno ―, dijo Álvaro
―No creo. Ella es muy formal con nosotros,
pero no debemos confundir lo uno con lo otro. Además, se nota que quiere mucho
a su marido ―, argumentó el poeta.
―No sé, pero a mí me parece que ese huevo
quiere sal―, respondió Álvaro
Después de otro intenso día de trabajo, el
poeta y su amigo se retiraron a descansar a sus aposentos y se encontraron con
otra nota, dejada en la misma cama de siempre, que decía: “Hoy o nunca”
―Huy…hermanito, esto está muy emocionante.
¿Qué vamos a hacer? ―, preguntó el poeta.
―Compañerito no hay otra salida. Esta noche
dejamos la puerta entreabierta, y que entre el diablo y escoja.
La espera se hizo tediosa porque nadie pasaba
ni cerca ni lejos; solo se escuchaba el croar de los sapos y alguna luciérnaga
pasaba haciendo destellos de luz. Por el marco de la ventana se veía un búho
con su penetrante mirada en lo alto de un naranjo. Los amigos que estaban a la
espera, incluso llegaron a pensar que de pronto el mensaje pudo haber sido enviado con una paloma
mensajera, pero ya era tarde para pensar en esta opción y era urgente
concentrarse en la puerta a ver qué iba a suceder.
De repente, recién iniciada la mañana, se
escuchó allá a lo lejos en el corredor, un suave repiquetear de tacones que
lentamente se acercaba hasta la habitación
y un aroma de un fino perfume invadió todo el ambiente.
El corazón de Álvaro y el poeta, aumentaron
sus palpitaciones y su eco ya se escuchaba por
todos los rincones del hotel; la saliva se les puso espesa y la
respiración se tornó jadeante; el pulso les repicaba con violencia en el hueso
temporal, hasta el punto de hacerlos desfallecer.
El taconeo se acercaba y luego lentamente fue desapareciendo esa
música celestial, hasta que el silencio
ocupó el recinto.
Álvaro como un resorte catapultado por una
energía misteriosa, saltó de la cama y salió al corredor, pero sus ojos solo vieron la oscuridad y un frío estremeció
su cuerpo. Sin embargo, alcanzó a decirle a su compañero:
―Poeta, me voy para el cuarto número trece.
Allí debe estar. Es ahora o nunca.
― Álvaro por Dios santo. No vaya. Ese cuarto
tiene el número trece, y ese número es cabalístico. Es mala suerte o cosa del
demonio.
Ambos amigos después de tranquilizarse,
durmieron plácidamente y despertaron como si hubieran dormido toda la noche, y
lo primero que realizaron fue ir a buscar a la recepcionista, y al no
encontrarla fueron donde el gerente y le preguntaron por ella: “Señores, me
extraña esa pregunta. La recepcionista era mi mujer. Ella murió hace trece años”
¡EVITAR LAS TENTACIONES DEL DEMONIO, EL MUNDO
Y LA CARNE!
Gustavo Noreña Jiménez.